El hombre es un ser complejo lleno de partes ínfimas que lo componen. Un “artefacto”, un conjunto armónico y coherente que es parte de otro conjunto de relaciones. El mundo.
Aquel del que todos somos partícipes. Desde el momento de aparecer, de nacer, el hombre tiene la necesidad de comunicar y establecer relaciones con las partes de este mundo y la potencialidad innata de crear y recrear; diseñar. El primer impacto, ese llanto desesperado por comunicar que estamos siendo parte de la creación, de donde la gratuidad y la función no se escapan. La musa que se manifiesta en el primer acto como un llanto estremecedor. Por eso mismo podemos decir que tenemos esa potencialidad para poder exponer nuestras ideas y concretarlas en algo tangible. Diseñar es parte de la vida, está presente en cada momento. Llevar desde el mundo de las ideas (nuestras ideas, las propias) hasta este mundo tangible (y también al mundo del pensamiento colectivo) para que todos seamos partícipes de esta celebración. Es pensar, ver el proceso, hacer y ver terminada la obra. ¡Toda una celebración en donde la gratuidad está presente! La musa y la funcionalidad han convivido en nuestras obras. Mientras vamos avanzando, esa idea se va concretando y se va haciendo tangible y más prolija. Hacer las cosas, a diferencia de sólo decirlas, la pone en el mundo y la hace parte de él de una forma más concreta exponiéndola de mejor forma y dejándola abierta a la opinión y visión de los demás. Es por eso que todos hemos sido parte de esta celebración y este proceso de avanzar hacia ver las cosas como objeto del Diseño, como parte del Mundo del que no escapamos. Hay que continuar haciendo mundo, vincular nuestras ideas con lo que nos rodea. Dejar que la musa se manifieste y hacer que la funcionalidad conviva en lo que primero pensamos, procesamos, hacemos y finalizamos. En lo que hemos creado y lo que nos falta por crear, para hacerlo parte del Mundo.
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